Hoy, aquí, ahora, vuelvo a mirar el blanco de la pantalla un poco obligada. Obligada porque no me apetece. No me apetece nada en general. Solo hacerme una bola en el sofá y dormir hasta que esta pesadilla termine.
Este verano me permití descansar, tomar distancia y retomar ganas y fuerza. Hice lista de temas de los que sentarme a escribir y hablar. Posibles nuevos talleres y propuestas… pero sigue sin salir la chispa que lo activa todo.
Comencé a conectar con ella hace unas semanas hasta que salieron las nuevas medidas para el nuevo curso escolar y eso volvió a nublar mi ilusión. Me siento tan triste, tan agotada. No es solo sostenerme a mí y toda mi odisea interior. Sostener la suya, la de una niña de casi 7 años tremendamente sensible.
Y se mezclan en mí, mis miedos, mis paranoias, mis bloqueos, mis resistencias y sus miedos, sus frustraciones, sus bloqueos, sus nervios… Y siento que todo lo demás se desvanece. ¿qué importa nada más?
Siento que he abandonado mi proyecto estos últimos meses y que me va a costar volver a cuidarlo como antes. Pero mi proyecto no es algo solo profesional, es un camino, una forma de vida, soy yo. Placentera habla de poner la VIDA en el centro, y esto es precisamente lo que estoy haciendo.
La prioridad, por mucho que el sistema quiera hacernos ver y sentir lo contrario, no es volver a lo de antes (con todas las mierdas añadidas tras el confinamiento) lo más rápido posible. La prioridad es estar bien, volver a sentirnos bien, poder vivir todas estas nuevas mierdalidades escuchándonos y respetándonos. Y como ves, no he dicho vivirlo bien porque eso es imposible.
Una cosas es que aceptemos lo que hay y respiremos para sobrevivir, y otra muy distinta es obligarnos a vivirlo bien. No se puede vivir bien el tener miedo de abrazar a alguien (por si te multan o por si te contagias, me da lo mismo), no se puede vivir bien el no ver sonrisas por la calle, ni besos. No se puede vivir bien el enfado entre nosotres, el que en cada mesa de bar, cada esquina oigas despotricar y echar las culpas de los positivos a les adolescentes, a les jóvenes, a les niñes. No se puede vivir bien esperar en una cola a que te tomen la temperatura para saber si vas a poder entrar en la clase o no.
Ante esto que siento y expreso me he encontrado alguna respuesta como “es posible llevarlo bien y además es necesario”. ¿necesario para quién? Supuestamente para mí, cada persona, para nuestra salud mental y física. Pero… es realmente así. Reich, Bergman, Rodrigañez y algunes más no estarían muy de acuerdo con esta necesidad de darle la vuelta a todo y obligarnos a estar bien ante situaciones y vivencias que te limitan y te crean nuevas corazas para poder sobrevivir a ellas, alejándote de tu naturaleza humana, animal, esencial, natural. Sintiéndote, además, culpable por no sentirte bien, desagradecide o egoísta por no saber valorar lo bueno de tu vida y poner el foco ahí.
No pienso poner una sonrisa a mi enfado, a mi ira, a mi dolor al ver y vivir toda esta nueva mierdalidad. No pienso dejar de sentir lo que mis tripas me dicen de forma contundente. No pienso tragarme el cuento de darle la vuelta a la tortilla.
Por todas estas razones he necesitado desaparecer. Ahora aparecen otras razones, menos emocionales y más materiales que me empujan a volver. Sí, toca volver. Pero lo voy a hacer a mi ritmo y de la forma que puedo en este momento. Escuchando cada célula de mi cuerpo que vibra para hablarme.
De esto va Placentera. De escucharse, respetarse y mandar el mundo a mierda para poder poner la VIDA en el centro. Sin juicios emocionales ni prejuicios de cómo debería sentirme o no. No soy culpable de mi miedo, de mi rabia, de mi dolor. Lo miro, lo abrazo y lo respeto. Tampoco intento cambiarlo (eso sería una falta de respeto).
Por eso, tal vez, no esté como antes de todo esto. Bueno tal vez no, seguro que no estoy como antes. Me cuesta contestar dudas, atender las necesidades de otra persona, sostener y acompañar. Siempre he sido sincera conmigo misma en este tema y con les otres. No voy a hacer lo que sienta que no puedo hacer bien.
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