Después de transitar varias capas, varias emociones y caminos retorcidos de mi mente, me voy sintiendo más en calma. Aunque la lucha sigue en mi cabeza y la siento en mi cuerpo, comienzo a sentir un remanso de quietud.
En este espacio, momento, de no hacer me descubro con las ganas de hacer. De hacer mucho, de hacer tanto, de hacer todo. Y la vez, ganas de seguir aquí. En este no hacer y observar. En este no subirme ya a la sociedad y quedarme un poquito más aquí. Quizás esto sea la vida.
Observo dos mundos conviviendo (por ahora, aún en desarmonía). El mundo de la Tierra, la naturaleza, los animales, las plantas. Y el mundo de los humanos, el que hemos creado sobre el de la Tierra.
Hoy es extraño, pero siento como cuando estaba embaraza. Con ganas de quedarme en ese momento, de disfrutar de cada segundo de sentir una vida dentro de mí. Queriendo frenar el tiempo, porque tengo claro que este parar no es eterno. Pero con ganas de que pase y saber qué hay después de todo este momento. Que una nueva forma de vivir me espera al otro lado.
Tal vez, después de quitarme tantas capas (y las que aún quedan), comienzo a intuir que todo lo que ha sucedido sí que ha servido para algo. Puede que no al nivel que deseaba, pero para mí, para mi pequeño mundo particular, ha supuesto una grieta donde el aire limpio, la luz, la naturaleza, la vida, se cuela para transformarlo por completo.
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