En este camino que llevo recorriendo, creo desde que nací, de cuestionamiento tras cuestionamiento, de llegar al límite para saltarlo, de deconstruir a base de preguntas sin respuestas en este sistema, cada vez soy más consciente que el patriarcado lo abarca todo.
Muchas veces pienso en la importancia que le damos al estudio de la historia para conocernos como humanidad, como especie y me resulta inevitable sentir que no nos ha ayudado en mucho estudiar la historia. Tal vez no sea inútil el estudio y el conocimiento de la historia en sí mismo, tal vez deberíamos preguntarnos qué historia nos obligan a conocer.
La historia habla de reyes, monarcas, grandes dictadores y líderes, que por derecho divino, de sangre o por elección han tenido la oportunidad de tomar las grandes decisiones. Esas decisiones que han movido patrimonios, guerras, matrimonios, fronteras. Es la historia del poder y por lo tanto del sometimiento de la humanidad. No hay poder sin sometimiento, por eso no me gusta nada esa palabra. Me niego a ser poderosa, a tener poder. Lo que tengo es un gran PUEDO que es muy diferente aunque poder como verbo, acción, suene igual a poder como sustantivo. Pero este es otro tema del que compartiré otro día.
Volviendo a la historia, creo que el estudio de la historia de poder no nos puede enseñar demasiado sobre nuestra naturaleza humana. La historia habla siempre de muerte y dolor. De sacrificio, de mentiras que han construido nuevas formas de relacionarnos y someternos. ¿de qué me sirve a mí esa historia?
Hace tiempo que me apetece estudiar la historia de verdad. La que se cuenta alrededor una taza de chocolate caliente o un batido. La que se comparte con la barriga llena, entre ojos curiosos por saber, llenos de amor y comprensión. Las historias que nos cuentan sobre quiénes somos como humanidad. Historias hechas de risas, de lágrimas, de miedo, de alegría, de ilusiones, de orgasmos, de besos y caricias públicas y escondidas, de sueños cumplidos y sueños rotos, de encuentros y despedidas.
Historias de ahora y de siempre. De esas que da igual el año, el siglo, las ropas que llevábamos o llevamos, porque siguen contando quiénes somos como seres humanos, animales sintientes, sensibles de este planeta. Seres libres, llenos de heridas y armaduras para sobrevivir a este sometimiento continuo del estado de poder, pero libres de corazón y sueños para volar, amar, desear desde las tripas. Esa es la historia que me interesa. La que me cuenta la verdad de quiénes somos como especie. La que teje la urdimbre invisible que nos sostiene y nos conecta.
Esa que se sale del sistema, esa que me muestra que hay otra forma de existir, de relacionarnos, de compartirnos, de actuar, de cuidarnos, de vivir. Solo esa historia nos puede vaciar de poder y llenarnos de puedos el alma y el cuerpo.
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