Es extraño experimentar tanta calma.
Hay un pájaro carpintero sobre una farola. Tampoco los había visto fuera de las zonas verdes y árboles de los parques.
Se siente una melancolía, una tristeza agradable que acaricia las calles.
Y me sorprendo, tras una semana, tranquila. Sin una necesidad excesiva por salir. Tal vez echo un poco de menos la luz del sol, ya que llueve casi desde el primer día, pero tampoco es una necesidad fuerte y ansiosa.
Alejando mi mente y emociones de todo el barullo de las redes, de los datos oficiales, las noticias y ese estado de “alarma” que vive la humanidad. Siento un respirar tranquilo. Siento una paz por ser parte de algo más grande que nosotras como especie.
Oigo la lluvia que cae sin brusquedad, suave, lenta. Limpiando, nutriendo. Invitándonos a hacer lo mismo. Lentitud, calma, suavidad. Oigo a los pájaros cantar en medio de la avenida, llenando de vida zonas que solían estar muertas, llenas de ruido ensordecedor, prisas y ansiedad.
Creo que nunca en mi vida he estado tan conectada con mi presente, con estar aquí y ahora. El ansia de hacer todo el rato se desvanece y queda silencio fuera y dentro para escuchar.
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