¿A dónde vamos?

Aunque intento estar en presente, mirar hacia delante, al futuro, es importante y se hace inevitable en el mundo que vivimos. Recuerdo una frase que siempre me acompaña (aunque no recuerdo quién la dijo) “si no sabes dónde vas, lo más probable es que no llegues”.

Como digo, estoy aprendiendo a disfrutar de mi presente, de cada instante, pero levanto la mirada de vez en cuando y dejo que se pierda en el horizonte lejano para saber siempre a dónde me dirijo y no perder el rumbo.

He de confesar que no me gusta lo que veo a lo lejos. No me gusta hacia dónde nos estamos dirigiendo. Porque hay un camino propio que puedo elegir, pero hay uno colectivo, no solo como sociedad, me refiero a algo mucho más amplio y profundo a la vez, el camino colectivo como humanidad.

Ese. Ese es el que no me gusta hacia dónde se dirige. El que me asusta y muchas veces me paraliza.

Seguimos haciendo las cosas al revés. Vivimos nuestra vida y, a nivel individual, andamos nuestro camino con la mirada siempre en el futuro, sin disfrutar de nuestra pequeña vida, de este suspiro en la tierra. Y a nivel colectivo no nos paramos a mirar a donde nos estamos dirigiendo juntes.

Desde que comenzó esta “desescalada” me siento llena de contradicciones y de incoherencias. A veces pienso que estos dos meses y medio de confinamiento no han sido suficientes para darnos cuenta de lo importante de verdad. A veces pienso que nos ha faltado tiempo para integrarlo y coger fuerzas para decir basta.

Intentamos volver al mundo de antes, que ya carecía de bastante sentido y coherencia, con nuevas “normas” que lo hacen más incoherente y sin sentido. Volvemos a poner el foco, el esfuerzo y la prioridad en lo que nos llevó a este momento, a esta “crisis mundial”. Volvemos a poner la prioridad en seguir manteniendo y agarrarnos como se pueda al sistema capitalista que se hunde.

Se hunde como el Titanic y el pánico se apodera de todes, que corremos como pollo sin cabeza a seguir dando vueltas y vueltas sin cuestionar, sin mirar más allá del horizonte y dirigir nuestros pasos (y nuestras decisiones) hacia el futuro que queremos.

Este sistema nos ha fallado (como siempre) pero ahora se ha hecho evidente a nivel mundial. Los recursos que entre todes hemos aportado para que el sistema nos cuide y nos proteja, no se han invertido de manera coherente para ello. El sistema sanitario ha colapsado, y seamos realistas, lo ha hecho por falta de medios, de recursos, de inversión y cuidado. No ha colapsado por el número de muertos. El numero de muertos no habría sido tanto si el sistema de salud, ese que debería cuidar de nuestro equilibrio corporal (del emocional ya sabemos que no se ocupa) no ha podido hacerlo. Han tenido que elegir a quién salvar y a quién dejar morir.

Un sistema sanitario que basa sus recomendaciones y “normas” para cuidar de nuestra salud, en suposiciones sin fundamentos (porque aún no sabemos casi nada), en mirar qué puede ofrecernos, y vendernos la moto. Hace unos meses la mascarilla no era neceseria y ahora es imprescindible. Y la sensación de desconfianza crece. Aunque no lo suficiente para sentarse a cuestionárselo todo. Seguimos aceptando cada palabra que dicen aunque en dos horas vayan a decir lo contrario. Aunque en este lugar del mundo digan A y en el otro digan B y en otro digan C, ante algo que afecta a toda la humanidad de igual modo (en principio, porque hay que reconocer, que tampoco lo sabemos con certeza).

No podemos “salvar” nuestras vidas agravando el problema que nos ha traído hasta este momento. No podemos consumir de forma compulsiva y obsesiva mascarillas y guantes que supuestamente nos protegen ahora para seguir gestando el caldo de cultivo de nuestra propia extinción. No podemos crear un plan de desescalada dando prioridad al consumismo porque es la base del sistema y si dejamos de consumir por más tiempo se rompe todo. ¿Y qué pasa? Se está rompiendo igual. Alargar la agonía del sistema que muere es alargar nuestra propia agonía y transformar este sistema en un monstruo mucho peor.

Y esto no es algo de este gobierno, de este país, de este rinconcito del mundo. Es algo de todos, del sistema en general. Da igual el color y las banderas. El sistema es uno y lo abarca todo.

Siento que no hemos aprendido nada. Al contrario, hemos caído más todavía. Ahora tenemos miedo del otre. De que me toque, de que se acerque, de que me mate. Porque no me mata “el bicho”, me mata la falta de solidaridad del otre que no cumple las normas del sistema. Nos hemos convertido en asesines en serie y les niñes son les más peligroses.

Estamos siendo incapaces de pensar que esa persona que va sin mascarilla y te sonríe puede que sea asmática, tenga ansiedad o claustrofobia y no pueda llevarla o millones de razones más, porque cada ser es un universo entero de circunstancias que no podemos comprender. Pero juzgar sí. Nos encanta ser jueces y verdugos. Y poco a poco terminamos de destruir la red que nos conecta y nos mantiene con vida dentro de este sistema.

¿Es jodido, eh?

¿Y qué pasará en septiembre, cuando nuestres hijes tengan que volver al sistema educativo? ¿qué pasará cuando muches padres y madres se nieguen a llevarlos en esas condiciones inhumanas que atentan en contra de muchos de los derechos de la infancia? Yo, como madre, tengo muy muy claro lo que voy a hacer, pero temo las consecuencias que el sistema puede tener guardadas para mí.

Y como decía, el sistema (nosotres tampoco, que formamos parte y lo mantenemos) es incapaz de mirar a largo plazo, de observar a dónde nos dirigimos, las consecuencias de todo esto, ¿o sí?.

Este sistema atroz, basado en la competencia y el individualismo, se olvida de cuidar dentro de ese “estado de bienestar” que por derecho en algunos países de este mundo debería estar garantizado para cada ser humano (los animales son otra historia, claro), de nuestro estado de bienestar emocional y mental.

Tal vez, pensando en esto último, el sistema sí que tenga muy claro hacia donde se dirige, ¿no? Y nosotres somos sus mejores cómplices para conseguirlo. Desposeernos de nuestras emociones y desestabilizarnos gestando personitas con graves consecuencias de salud mental a largo plazo, es un planazo.

Hemos dejado el pensamiento crítico en un cajón. Es más fácil vivir sin él. Es más cómodo aprender a vivir feliz en nuestra jaula particular. Decorarla con mucho amor y estilo para no ver sus rejas y hacer lo que nos toca hacer (lo que nos dicen que tenemos que hacer) en cada momento. Porque cuestionarlo todo es demasiado cansado, y sobre todo asusta. Da miedo tener que decidir qué hacer, cómo vivir, qué camino elegir, equivocarte y volver a probar una y otra vez.

Podríamos pensar que somos un mundo, en general, mucho más preparado para el pensamiento crítico, porque gran parte de las sociedades tienen una base cultural y académica. ¿Qué está sucediendo? Pues que confundimos pensamiento crítico con saber más, con tener conocimientos o mejor dicho acumular conocimentos.

El pensamiento crítico no tiene nada que ver con tu currículum. La capacidad de cuestionar todo, de mirar más allá, de tener sentido común y coherencia, no tiene nada que ver con la universidad, saber sumar, restar o leer.

Recuerdo a mi abuelo Emiliano con mucho cariño. Era una persona que no pudo ir al colegio, pero me encantaba hablar con él. Tenía un gran pensamiento crítico y eso me enseñó muchas, muchísimas cosas, que hoy me ayudan a observar el mundo con otros ojos.

Nos asusta quitarnos las gafas que nos regala el sistema con su filtro color de rosa, pero si lo haces, si levantas la mirada y observas a dónde nos dirigimos, tal vez te dé un poquito menos de miedo sacar tus ojos reales, tu sentido común, tu pensamiento crítico, porque lo que está por llegar si no hacemos algo puede ser aterrador.

Pero aún estamos a tiempo. Siempre estamos a tiempo de cambiar mientras estemos vives. La revolución que necesitamos no es de guerra y lucha indiscriminada. No es de tener la verdad absoluta defenderla hasta la muerte. Es de reconocer que nadie tiene esa verdad y por lo tanto no aceptar ninguna como bandera. Es una revolución basada en el pensamiento crítico y las acciones pequeñas y coherentes que nos unen, que vuelvan a crear la urdimbre donde poder tejer juntes un nuevo futuro.

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Adriana Mondéjar

Creadora de Placentera

Estudios superiores en Biología. Terapeuta holística con estudios superiores en Medicina Tradicional China, especialista en acupuntura y qi gong. Especializada en la mujer, sus ciclos, sus fases vitales y sus desequilibrios.

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